Me llamo Alejandra, tengo 17 años soy apartada y jamas me he enamorado de nada ni de nadie, suena extraño para un chica de mi edad por eso solo lo sabe mis mejores amigas
El rugido de un motor me devolvio a la realidad
Hoy era el primer día de clase, último curso por fin. Estaba preparándome en mi pequeña habitación, inmersa en mispensamientos, cuando aquel sonido ensordecedor mesobresaltó. Corrí a la ventana de mi cuarto intentando vislumbrar quién había provocado semejante escándalo.
Una moto de gran cilindrada, de un rojo intenso como sangre fresca, estaba parada frente a mi casa. Tenía un pie apoyadoen el suelo, mientras con una mano sacaba un móvil del interior de su cazadora. El motor de aquella máquina seguía gruñendo, mientras yo lo miraba embobada desde mi ventana.No sabía porque, pero no podía dejar de mirar. La curiosidadme dominaba.
Vi como alzaba su rostro hacia arriba, como si percibiera mi mirada. Me escondí tras las cortinas de forma instintiva, sorprendiéndome a mí misma. ¿Qué estaba haciendo? ¿Desde cuándo me dedicaba a fisgar detrás de lascortinas como mi abuela? Me sentía inquieta, ansiosa, volví aasomarme tímidamente a través de los visillos.
¿Quién era él?No conocía a nadie con semejante moto por aquí y eso era raro, porque en un pueblecito como el mío nos conocíamoscasi todos. Habíamos pasado por distintas etapas, de la infancia a la adolescencia, en el mismo colegio, dentro del mismo pueblo.
No es que las cosas por aquí hubierancambiado mucho en los últimos tiempos.“Pareces idiota escondiéndote así” me dije a mi misma,reuniendo el valor necesario para volver a asomarme sin la protección de las cortinas.No estaba. Se había ido.
Experimenté una sensación desconocida para mí. Era como si algo más fuerte que yo, una fuerza sobrenatural, hubiera invadido mi cuerpo y mi mente por completo. Respiré de forma agitada contra el cristal, empañándolo, haciendo borrosa mi visión del exterior. Intentaba inútilmente discernir la dirección en la que había desaparecido la potente moto y su misterioso conductor.
No podía dejar de mirar por la ventana. Tan solo unas farolas borrosas, aún encendidas por la escasez de luz matutina, iluminaban mi escasa visión.Me aparté de la ventana suspirando. Hoy empezaban lasclases y por si eso fuera poco, ahora estaría todo el díadándole vueltas a lo que acababa de suceder. Acaricié mi siencon las yemas de los dedos. Un incipiente dolor de cabezaamenazaba con terminar de arruinarme el día. Fui al lavabo enbusca de un analgésico. Rebusqué dentro del pequeñobotiquín, que teníamos colgado de la pared detrás de la puerta.
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